Los llamados ‘burakumin’ siempre han ocupado el lugar más bajo de la sociedad, y es que para que la élite social siga estando en la cima de la pirámide social, deben crear clases sociales que perpetúen su rol. Este es el caso de los burakumin. Aunque la sociedad japonesa actual no se divide en castas, la discriminación verso esta minoría ha perdurado a lo largo de los siglos y está presente aún hoy en día. Pese a no ser tan palpable ni conocida como los ainu, afecta a millones de personas.
Los burakumin son los ‘descendientes’ de los eta (穢多)y hinin (非人), ambos grupos marginados a lo largo de la era Tokugawa. Constituían menos de un 2% de la población y eran considerados ‘no-humanos’. Los eta eran un grupo compuesto por personas que se dedicaban a oficios relacionados con la sangre y la muerte; se trataba de carniceros, verdugos, trabajadores en funerarias, curtidores, etc. Su marginación se debía al oficio que realizaban. Los hinin eran criminales, vagabundos, convictos, etc. En 1871, con la entrada de la era Meiji, se promulgó un Edicto de Liberación para estos grupos con el cual quedaban “liberados” de la discriminación legal, fue entonces cuando se acuñó el término burakumin o buraku (distritos en los que vivían). Con la abolición del sistema de castas, supuestamente se eliminaba la discriminación, pero el sistema jerárquico continuó. Las estructuras sociales no se eliminaron, solo se reacondicionaron a los nuevos tiempos.
Así pues, la discriminación que sufren los burakumin no es racial, es ancestral. Los burakumin no tienen rasgos físicos distinguibles a simple vista ni tampoco hablan un idioma distinto, la marginación se debe a los oficios que realizaban y la consideración que tienen según el budismo. Los oficios considerados ‘sucios’ o ‘impuros’, pese a ser necesarios para la sociedad, eran mal vistos y discriminados.
En 1872 se creó el registro familiar llamado koseki. Este aparentemente inocente registro familiar no era más que una efectiva herramienta de control de la población. Kosei es la lista de todos los miembros de la familia nuclear. Al contraer matrimonio, el apellido de la mujer cambia de tal forma que hay un único apellido familiar común. Sigue un patrón patriarcal y premiaba la familia y el matrimonio como instituciones. El koseki está ligado al hoseki, dirección domiciliaria permanente y no fue hasta 2008 cuando su información pasó a ser información restringida. Esto resulta de vital importancia si tenemos en cuenta que en el koseki constaban todos los datos importantes de la vida de una persona: nacimiento, apellidos, cambios de apellido, matrimonio, divorcio, dirección, si se es adoptado, etc. Si todo el mundo podía contar con esta información, resultaba muy sencillo para las entidades públicas y privadas averiguar el origen e historial de la persona.
Los burakumin, como ya se ha mencionado brevemente, acostumbran a vivir en buraku, que vendría a ser lo mismo que un gueto, por lo que su rol en la sociedad quedaba sentenciado a repetirse ad infinitum. Las inmobiliarias, los colegios, universidades y empresas tenían acceso al koseki de las personas, por lo que jamás aceptarían de buena gana a un “paria”. Como no tienen rasgos identificativos, su único modo de no permitirles la entrada a lugares “japoneses” era revisando sus koseki para comprobar sus apellidos y lugar de residencia.
La medida tomada en 2008 es relativamente por lo que se calcula que todavía quedan alrededor de 5600 buraku en Japón.
La marginación suele ir de la mano de la pobreza y este no es un caso excepcional. Algunos trabajos de los burakumin como peleteros quedaron eclipsados con las importaciones occidentales a gran escala, por lo que muchos se empobrecieron en muy poco tiempo.
El concepto de impureza, kegare (汚れ) en japonés, está aún muy presente en la sociedad japonesa ya que el budismo sigue influyendo tanto en su forma de vida como en las estructuras de poder y de relaciones verticales. Los prejuicios contra este grupo son infinitos y hasta que los que están socialmente por encima de los burakumin no dejen de considerarse “puros”, no habrá una igualdad real.
Aunque en Occidente la creencia de la homogeneidad japonesa está muy extendida, lo cierto es que hay una fuerte discriminación entre los “japoneses verdaderos o puros” y “los otros”. Incluyendo este último grupo a los ainu, los habitantes de las Ryukyuu, los “halfu” y los inmigrantes, entre otros. Pese a que se están haciendo esfuerzos por cambiar esta discriminación contra todos aquellos considerados “impuros”, la carga psicológica que arrastran las etnias marginadas se remonta a varias generaciones, por lo que el proceso, pese estar ahí, es lento e imperfecto, ya que quienes legislan son “japoneses verdaderos”.